Somos música en el aire, nuestros acordes suenan brindando melodías que el viento eleva por campos y ciudades, somos sonidos de guitarra dejando a nuestro paso ritmos y sones.
Hace una semana despedí a un buen amigo, por edad podía haber sido mi padre, fue mi maestro, mi guía, mi compañero de juegos y de escenarios. Parecido a un personaje de la pantalla blanco y negro de los años cincuenta, atento, educado, todo un caballero. Montamos repertorio de compositores mexicanos empezando por Agustín Lara, luego abordamos a Consuelito Velázquez y estábamos montando temas de Gonzalo Curiel, su amor por la música mexicana era contagiosa, grandes y chicos fuimos tocados por su pasión.
Siempre conseguía arrebatarnos una sonrisa con sus bromas y ocurrencias a pesar de su apariencia formal, las horas de ensayo pasaban volando, mi amiga la violinista avanzo a pasos agigantados, a mí me ayudo a disciplinarme, bajo su guía me volví más atenta a cada nota y a mi interpretación de las canciones.
Su vida se desvaneció como el humo del cigarrillo que le formó un tumor metástico de pulmón; se fue apagando con rapidez, quedaron pendientes los planes que teníamos con el ensamble y con su centro comunitario del pueblo pintoresco que fue su hogar durante sus últimos años de vida.
Su ultima presentación fue en un hermoso Centro cultural de un pueblo mágico ahí me paso la estafeta y me dijo-. Yo ya me voy, desde ahora tú serás la que cante todos los temas y la que decida el rumbo a seguir, que cantar y con quien. Era su despedida, brindamos con mezcal, sus ojos tenían un brillo especial, como quien sabe que lo esperan otros horizontes, pasada la media noche lo dejamos fuera de su Centro Comunitario y esa fue la última vez que lo vi.
La música volvió a reunirnos a sus amigos, alumnos y familiares en la plaza del pueblo, arropados por gigantes árboles milenarios poblados por cientos de pájaros, entonamos sones y canciones mexicanas, las que a él tanto le gustaban, se formaron numerosos ensambles, yo compartí el escenario con Linda la viuda de Chava Flores. Plantamos un árbol sobre sus cenizas que rodeamos con piedras de rio.
Por momentos se me olvida que ya no estará más aquí para enseñarme canciones o para cantarle a la luna con su guitarra hechicera.
Siento mucho tu pérdida, Shira; la vida sigue poniéndonos a prueba ¿no? Y resulta que la enseñanza es siempre la misma: Seguir y seguir y seguir a pesar de todo.
Un fuerte abrazo.
Reblogueó esto en y comentado:
Un relato emotivo, casi nostálgico, que enaltece la imagen autentica del mentor que instruye al aprendiz. Enseña y entrega el obsequio de la experiencia, convirtiéndose en el símbolo de las aspiraciones del aprendiz. Un personaje que deja un legado a su sucesor.
El fin del la instrucción, hay que partir para que otros vengan en mi lugar, y emprendas tu propio viaje.
Un escrito fabuloso, me gustó como narras la figura que te proyectó tu maestro durante la instrucción. Si me lo permites, este tipo de experiencia tan personal, me recordó al estilo literario japones en lo años 1900, Soseki, Mishima o Kawabata por decir algunos, que tenían una visión muy natural de evocar la relación espiritual del personaje hacia los demás.
Ánimo, sigue adelante con la música mexicana y dalé fuerza.
Un gran saludo y mucho éxito.
Qué belleza